viernes, 30 de julio de 2010
¡Tierra! exclamó el almirante
¿Que 20 años no es nada? Pues a mi 7 me han sido eternos y ahora, de retorno permanente, no puedo pensar, como me auguraron algunos, que todo vuelve a la normalidad, como si nunca me hubiese marchado.
Qué dicho más ingenuo. Que ingenuo el que se lo cree. Y me pregunto que es la normalidad después que se ha vivido tanto. Y vida, me refiero, no solo a la mía, sino a la de los otros, que -oh sorpresa- no se ha congelado con el tiempo.
Me entra la carcajada…pero ahora, al salir a "la calle" (dígase, a la acera más cercana) no puedo evitar la sensación de que todos, en algún punto, se me parezcan a mi misma. Entrar a un supermercado se me antoja un un ejercicio de semejanzas. Como si escarbase un árbol genealógico del que yo misma perdí pista en octubre del 03.
De repente mi color de piel no es exótico y cuando entro a un establecimiento ni siquiera los abuelitos me observan curiosos. Intento mantener la boca cerrada. Esta "Z" se me esfumará pronto y mientras la dejo salir no haré mucha ostentación en conversaciones… el dominicano no olvida. Y un acento de la madre patria que se me deslice, me puede costar un mote de por vida. Hay que estar al loro. Ojo abierto.
Los míos, por cierto, últimamente abiertos sobre un escrito, que de antiguo me ha hecho recordar mi presente. Se trata de un relato, todavía sin publicar, que cuenta historia de éste pedazo de isla y comienza - ¡válgame, Dios! - en el año en que cumplí mi primer año. Tiempos tormentosos.
Ahora la cosa está más calmada. Y eso, hasta en mi casa. El torbellino de personas que entraba y salía, que comía y opinaba acaloradamente se ha evaporado. Reina el silencio, interrumpido por los vehículos a toda velocidad que desde primera hora de la mañana tocan bocina y se dejan sentir por el frente de mi casa, que de repente ya no está en zona residencial sino en el mismísimo centro.
Las noticias locales no paran de hablar de una tal mujer y su supuesto compañero que, entre otras cosas, decidió cambiarse el rostro. Me comienza a parecer un circo, pero de los buenos.
No hay ni un ápice de luto por estar aquí. De vez en cuando me sorprenden episodios de "nostalgia" …(ese sentimiento que alguien se empeñó en dar nombre pero que nadie -y repito nadie- es capaz de describir objetivamente). Pero sigo aquí y no pretenderé etiquetarme un sentimiento en particular.
Estoy aquí y hoy por hoy es suficiente.
Incluso me aventuro a presagiar buenos tiempos.
Qué dicho más ingenuo. Que ingenuo el que se lo cree. Y me pregunto que es la normalidad después que se ha vivido tanto. Y vida, me refiero, no solo a la mía, sino a la de los otros, que -oh sorpresa- no se ha congelado con el tiempo.
Me entra la carcajada…pero ahora, al salir a "la calle" (dígase, a la acera más cercana) no puedo evitar la sensación de que todos, en algún punto, se me parezcan a mi misma. Entrar a un supermercado se me antoja un un ejercicio de semejanzas. Como si escarbase un árbol genealógico del que yo misma perdí pista en octubre del 03.
De repente mi color de piel no es exótico y cuando entro a un establecimiento ni siquiera los abuelitos me observan curiosos. Intento mantener la boca cerrada. Esta "Z" se me esfumará pronto y mientras la dejo salir no haré mucha ostentación en conversaciones… el dominicano no olvida. Y un acento de la madre patria que se me deslice, me puede costar un mote de por vida. Hay que estar al loro. Ojo abierto.
Los míos, por cierto, últimamente abiertos sobre un escrito, que de antiguo me ha hecho recordar mi presente. Se trata de un relato, todavía sin publicar, que cuenta historia de éste pedazo de isla y comienza - ¡válgame, Dios! - en el año en que cumplí mi primer año. Tiempos tormentosos.
Ahora la cosa está más calmada. Y eso, hasta en mi casa. El torbellino de personas que entraba y salía, que comía y opinaba acaloradamente se ha evaporado. Reina el silencio, interrumpido por los vehículos a toda velocidad que desde primera hora de la mañana tocan bocina y se dejan sentir por el frente de mi casa, que de repente ya no está en zona residencial sino en el mismísimo centro.
Las noticias locales no paran de hablar de una tal mujer y su supuesto compañero que, entre otras cosas, decidió cambiarse el rostro. Me comienza a parecer un circo, pero de los buenos.
No hay ni un ápice de luto por estar aquí. De vez en cuando me sorprenden episodios de "nostalgia" …(ese sentimiento que alguien se empeñó en dar nombre pero que nadie -y repito nadie- es capaz de describir objetivamente). Pero sigo aquí y no pretenderé etiquetarme un sentimiento en particular.
Estoy aquí y hoy por hoy es suficiente.
Incluso me aventuro a presagiar buenos tiempos.
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