BIENVENIDO al RINCON de PENSAR

Recuerdo al “Círculo Infantil”, mi primer colegio/guardería, como un lugar excepcional. Debió de haberlo sido, para que todavía hoy lo recuerde. Un montón de niños uniformados a cuadros y una maestra a la que llamábamos “tía”, nos sentábamos sobre una alfombra en un aula en la que cada esquina suponía un rincón especial.

Uno de ellos, sin ningún otro ornamento más que una diminuta silla de madera y un letrerito encima conformaba nuestro: RINCÓN DE PENSAR.

Allí me sentaron más de una vez, cuando rondaba los 4 años de edad, con el único objetivo de pararme y pensar. Supongo que esos habrán sido mis primeros encuentros con los pensamientos que más tarde me empeñé en transformar en palabras.

Son esas palabras, las del día a día, y las ahorradas durante años, las que pretendo plasmar en este, mi recién adquirido RINCÓN.

¡Seas muy bienvenido!

¡ACÉRCATE, que cabemos todos!


miércoles, 3 de octubre de 2012

MEMORIAS DE UN SEPULTURERO

 Hace poco estuve en un entierro. Bajo el sol candente, el silencio penetrante, y el sonido ensordecedor de cómo todavía despedimos a los muertos en éste pedazo de mundo, no pude evitar fijar la mirada en quien sepultaba. Casi una hora, y no logré verle el rostro. ¡Parecía tan entrenado en su labor...! Que solo me dejó con un incesante diálogo en mi interior (un "interior" que parecería nunca estarse quieto), en cuanto al lugar de dónde había salido éste hombre y quién le había enseñado su oficio. En esas, llegué a casa y me senté a escribir lo que podría ser su historia...o la de cualquier otro que con él comparta ocupación. Y con ella, les dejo. 

No es que haya elegido el oficio…si no que mi madre, ya cumplidos los 12, me mandó  a donde mi padre, dándose por vencida. “¡Ya que tanto te escapas de la escuela… vete con tu padre!....ahí te volverás lo que él: un entierra muertos! A ver si para eso sirves”  –fueron sus últimas palabras para mi, ese domingo de marzo. 

..y así comenzó.  Al principio, solo observaba a mi padre y lo ayudaba a cargar una pala…el cemento…. Pero, no había pasado mucho tiempo, cuando pasado de alcohol, lo descubrí en ese pequeño colchón que compartíamos. Solía llorar a mares, cuando bebía. Y a mi se me antojaba pensar que lloraba todos esos muertos que por tantos años había enterrado. Entonces yo…lo veía ahí….desgarbado y sucio…tan fuerte…y a la vez, tan  frágil…entonces, me echaba a llorar también. Aunque nunca entendí bien el porqué de mi propio llanto.

Hasta que llegó aquel día ineludible. Tanto había bebido mi padre… que entre gritos me lanzó una botella, mientras escupía palabras  para que “sirviera de algo” y que al menos, saliera a hacer su trabajo por ese día. Recordé entonces las palabras de mi madre. Y sentí esa sensación que se vive cuando estás a punto de conocer aquello que harás por el resto de tu vida.  Y allí nació el sepulturero.

Los años me han enseñado el arte de enterrar muertos. Porque, sí….no importa como se nombre, o deje de hacerse…preparar la última morada visible de un cuerpo, es, por decir poco, un arte.  Un arte con reglas propias. Reglas que aprendes, y que nadie enseña, pero están ahí y todos –hasta tú mismo-esperan que ocurran.

Y ese arte es mi oficio. Y aunque me satisface, ¿Será posible demostrar que estoy “feliz con mi labor”?  ¿Será aceptable que un sepulturero, un entierra muertos,  muestre, ante los demás,  estar “feliz  con su trabajo”?

Pero entristecerme tampoco es mi función…y eso, hasta quienes llevan a sus propios muertos lo saben. ¿Existirá algo más inverosímil que quien entierre derrame lágrimas sobre el cemento fresco?

Es entonces donde el rostro…mi rostro… se abstiene de expresión. Bajo la cabeza…y hago mi trabajo. No miro a los ojos. No sonrío. No muestro signos de tristeza. Estoy allí. Y todo lo que ven mis ojos es al cuerpo inerte al que hago el favor de cubrir con polvo.

Y, no miento al decir, que nunca jamás he sentido miedo. Ni siquiera las primeras veces. Curiosidad, si he de definir un sentimiento. Curiosidad, sí…de saber quien en la vida me hará el favor a mí, ahora que ya han pasado tantas décadas, y mi padre no está…y  yo, ya viejo, me siento más cerca del polvo que lo que nunca antes había estado.

Y es que hasta el final me continuaré preguntando: ¿Por qué la historia registra con fanatismo la mano de aquel que te sacó del vientre y te instaló en tu primera morada…pero nadie se preocupa por preguntar cómo se llamó aquel que te sepultó?

 Hasta hoy, no he encontrado respuesta. 




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