sábado, 5 de abril de 2008
Hoy día
Si alguna vez llegase a cometer una enorme locura...o realizase alguna gran hazaña... hay altas probabilidades de que sea un sábado por la tarde.
Son extraños estos días. Si vives en Salamanca, verás como de súbito, el color de la "ciudad" (que no le llamemos pueblo) permuta.
Sueltan un arsenal de niños que mis cálculos no consiguen determinar dónde logran existir, sin ser vistos, durante el resto de la semana; los viejecillos hacen sonar sus bastones, como si de un concierto de "stomp" se tratase. Las parejas más pintorescas -y las menos- sobrevienen de los rincones más inverosímiles.
Hoy, me le quise aventajar y nada más sonar las 17 horas, me apresuré, cual Cenicienta, hacia la Alamedilla, el parque con fuente y patos más cerca de casa. Ahí me senté. La barbilla entre las manos y comenzó el espectáculo.
Dos 'onceañeras` hermosas intentaban montar patines sin ensuciarse un ápice de sus ropas color rosita a tope. Una barriga arrastraba a una futura madre, que me extrañó no diese a luz en esos precisos instantes. Un chico que se sabe guapo, pasa caminando por delante de mi mesa y sin quitarse los cascos, me "concede" una mirada y media sonrisa. Logro contar al menos cinco modelos de carros de bebé... y no logro divisar el pelo ni siquiera a un par de ellos.
Y continuó allí.
Me suena el móvil y me invitan a ir con Jo a celebrar una queimada. Me escucho respondiendo un "si", y vuelvo a casa, con esa sensación sin nombre que se me asoma desde dentro cada tarde del día sexto. Y mientras camino, intuyo que sin importar cuántos haya vivido, y a sabiendas de que me tropezaré con ellos cada final de semana, es inevitable evitar que las tardes de los sábados continúen tomándome enteramente desprevenida.
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