viernes, 22 de mayo de 2009
¡Es él...! (publicación)
Casi nunca viene mal que los pensamientos se concreten en ideas y las ideas en palabras y las palabras en "entradas" y que las entradas se publiquen en un periódico Nacional.
Lo que ayer fue pensamiento, hoy lo descubrí en este artículo de prensa dominicana:
Artículo: "Es él"
Por: Laura Gómez Liz
Ayer tarde, cuando salí de mi casa, en Salamanca, fue para encontrar la plaza “San Benito”, en donde, según alguien le dijo a alguien, que al final me dijo a mi, recitarían poesía.
Andaba de prisa, así que decidí no fiarme de mi sentido de ubicación –o más bien, de la ausencia del mismo. Busqué a alguno al que mis pintas de estudiante le evocara ese sentido paterno, clave para conseguir cualquier tipo de ayuda en ésta ciudad estudiantil , en donde tengo la dicha de residir.
Me acerqué a un policía, quien sonriendo al verme venir, ignoró mi pregunta acerca San Benito y de poesías, y, como si me conociese de por vida, señaló hacia la librería Portonaris : “¿Sabes quién está ahí? –me dijo- ¡Apuesto a que es tu presidente!”
Sin dejarlo terminar, me apresuré hasta esa librería, tan mía, y que ahora, al parecer, albergaba a un compatriota, que resultaba ser mi mismísimo presidente. Quedándome por los alrededores, alcancé a ver entre la muchedumbre de hombres con gafas y camisas blancas, a Leonel Fernández, saliendo a paso peculiar y con menos prisas que el resto de sus acompañantes.
Montó en su carro, le siguieron escoltas, y en poco tiempo esa calle peatonal retomó su flujo ordinario. Volví a mirar al policía y me pregunté de nuevo, cómo, a pesar de las múltiples nacionalidades , colores, gente y acentos que colman ésta ciudad, pudo descifrar al punto, mi origen.
Resultó que él no fue el único, pues al llamar a mi conciudadano y amigo Gerson, estudiante de educación, y uno de los 209 becarios que escuchó el discurso de Leonel esa mañana, me enteré de que también el presidente Fernández identificó, entre toda la audiencia, a los que compartían su pedazo de isla.
Sonreí de puro orgullo y caminando más erguida, di a parar con la plaza San Benito. Me senté allí, todavía sonriente, sintiéndome más dominicana que nunca, y se me antojó que lo que en esos instantes sentía, también se adjetivaba poesía.
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